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Venezuela: otro fracaso de la izquierda
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Por Luis Henrique Ball

Desde 1958 Venezuela no ha tenido otra cosa que gobiernos de izquierda. Las ideas de Rómulo Betancourt y Juan Pablo Pérez Alfonzo, fundador de la OPEP, dominaron la agenda política nacional durante la primera década de la democracia y, entonces, el capitalismo de Estado, los límites impuestos a la producción petrolera, los controles de precios y el proteccionismo hicieron su aparición en Venezuela. Durante los años 60 y comienzos de los 70, la "justicia social" de Rafael Caldera vino acompañada de más controles, más proteccionismo, la estatización de las empresas extranjeras en el campo eléctrico y de telecomunicaciones, y limitaciones al capital foráneo en el negocio bancario. Luego tuvimos el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez que nos dejó leyes laborales copiadas del peronismo, un Banco Central y una industria petrolera estatizados, el capital privado nacional y extranjero expulsado de casi todas las áreas rentables de la economía, mientras sembraba las bases para el desaguadero fiscal en las llamadas industrias básicas de Guayana (acero, aluminio y energía eléctrica). Los presidentes Luis Herrera y Jaime Lusinchi prácticamente eliminaron la libertad de comercio, imponiendo control de cambios, precios, etc.

En su segunda administración, Pérez fue el primer político latinoamericano en intentar ese malabarismo que desde entonces otros imitaron: el mal llamado "neoliberalismo" de una economía de mercado en una sociedad dirigida. Pérez, como después hicieron Menem, Fujimori, Cardoso y otros, intentó obtener los beneficios del sistema capitalista de libre intercambio sin desmontar el corrupto clientelismo de la economía regulada, dejando fundamentalmente intacto el capitalismo de Estado. Caldera emuló en sus inicios a Lusinchi, para luego intentar -sin convicción ni éxito- un viraje tardío en la dirección correcta.

Así llegamos a Hugo Chávez, quien nunca escondió su tendencia política ni su ardor revolucionario. En sólo tres años y medio de gobierno ha disparado la pobreza, el desempleo y la economía informal a niveles impensables hace sólo un lustro, y, lo que es muy grave, ha presidido sobre un desmontaje del tejido productivo nacional de tal magnitud que muy probablemente tome una generación recuperarlo.

Este es el legado de una visión compartida y colectivista de la sociedad. Una visión que ha sido más radical en algunos casos que en otros, pero que en sus orígenes nace siempre de Marx.

En estos momentos, cuando Venezuela vislumbra una posible luz al final del laberinto, vale la pena analizar cuáles han sido los países exitosos durante los últimos 40 años, cuáles países han logrado generar riqueza y mayor bienestar para su población. Corea, Japón, Taiwán, Singapur y Malasia eran naciones paupérrimas comparadas con la Venezuela de 1958. Hoy son naciones mucho más ricas y prósperas que la nuestra, pero resulta que en esos países sus académicos e intelectuales nunca fueron seducidos por el socialismo. Chile, la nación más exitosa de Latinoamérica, fue la única en desmontar el aparataje legal e institucional que la izquierda había creado durante décadas. Gran Bretaña, donde Margaret Thatcher logró hacer lo mismo, se convirtió en símbolo de la prosperidad europea.

Hoy, los venezolanos debemos estar atentos y asegurarnos que una vez superada la actual pesadilla no vayamos a regresar al pasado.