Los políticos, los partidos y los parlamentos han sido objeto de desconfianza y descrédito en las últimas décadas, en parte por causas imputables a los mismos: corrupción, impunidad, improductividad, costos políticos y económicos sin beneficios sociales, falta de veracidad, etc. También en parte como producto de campañas interesadas y de mala fe de quienes pretenden sustituir emergentemente a los políticos, los partidos y los parlamentos bajo la careta elástica de "sociedad civil", para de manera anónima e irresponsable quedarse con el control del poder público.
Adicionalmente se ha incrementado el número de legisladores que no reúnen las cualidades exigidas por el perfil correspondiente y que han deteriorado el principal activo de los partidos, su confianza y credibilidad moral. Han aparecido fenómenos como las conductas y actitudes francamente inmorales, ilegales e inconducentes a la misión de cualquier legislador y a la misión de los partidos.
El problema es que la sociedad está deficientemente representada. El problema es que los grupos de interés pesan más que los ciudadanos. Dada la débil rendición de cuentas ante los electores, la conducta de los políticos tiende a servir más a grupos de interés, incrustados en el gobierno, que a los ciudadanos. La paradoja es que, electoralmente, son los ciudadanos quienes protagonizan los vuelcos políticos (quitan y ponen en las urnas) pero, tras los episodios electorales, quedan como una masa amorfa, sin voz ni peso específico en las políticas públicas.
Adicionalmente, los medios de comunicación suelen acudir -como "fuentes" de información- a los supuestos "representantes". Los dichos, más que los hechos, de los "representantes" oficiales u oficiosos (dirigentes empresariales, legisladores, organizaciones para-gubernamentales, funcionarios) forman la llamada "opinión que se publica".
Parte de esa distorsión intenta corregirse con encuestas y sondeos de opinión, pero ello no modifica los incentivos a que obedecen los políticos. Esto es, la clientela directa de un diputado de cualquier partido no son los electores, sino el jefe de la bancada, los dirigentes del partido, el gobernador respectivo, el líder sindical.
La difundida insatisfacción y desencanto, sobre todo entre los jóvenes, se debe al fracaso parcial de nuestra democracia por crear, apoyar y promover valores ideales, a su incapacidad para adaptar las instituciones y para generar más justicia y una mejor calidad de vida. En algunos casos extremos, esta insatisfacción desemboca en el terrorismo, en otros en la anarquía o en la negativa a participar en las tareas colectivas.
Esta crisis de valores generalizada es parte del entorno en el que se debe cumplir la misión personal y parlamentaria, colocando a los ciudadanos frente al reto de cambiar las estructuras y los procedimientos inviables por una nueva cultura organizacional que permita una armónica vinculación entre la sociedad y sus representantes.
Los valores de la libertad y de la independencia, pueden colmar este vacío, sobre todo poniendo en claro que la libertad individual no puede confundirse con el egoísmo, pues se trata de una libertad inscrita en el marco de una comunidad, lo que implica responsibilidad y solidaridad con los demás hombres.
Para contribuir a la creación y difusión de ésa nueva cultura organizacional y para superar los rezagos en materia de educación, trabajo, salud, etc., y permita también mejorar el ingreso y las oportunidades de las familias es que surgió el GGC que pretende ser una herramienta que facilite la incorporación y el desarrollo de mecanismos legales e institucionales para lograr la oportunidad de gobernar a éste país construyendo un orden justo y eficaz para de esta manera dar a Colombia los bienes públicos de toda naturaleza y que alcancen a todos los ciudadanos.